miércoles, 19 de septiembre de 2012

Primer día de instituto.

Pipipi. Pipipi. Pipipi.
El despertador sonó y perezosamente me deshice de las sábanas hasta despegarlas por completo de mi. El último año de instituto me abría las puertas. Tenía ganas de empezar, porque cuanto antes empiece antes acaba, pero sólo de pensar en que le vería en unas escasas horas me aceleraba el corazón y me agitaba la respiración. Pero no quería pensar en eso. Quizás hubiera seguido las recomendaciones de sus amigos y hubiera desaparecido, quizás se hubiera olvidado de mi. Me dirigí al baño y comencé a desvestirme para entrar en la ducha. Con lentitud fui retirando la camiseta larga que usaba de pijama. No pude evitar mirarme al espejo. Tenía el pelo revuelto, y los ojos verdes aún entrecerrados. Aún recordaba cuando tenía siete años y apenas llegaba a abrir el grifo. Era una niña. Ahora ya no. Mi cuerpo y mente había cambiado. Pero sobre todo cuerpo. No pude evitar que mi mano derecha tocase mi cintura, para acabar en mi tripa. Hacía dos años que había conseguido mi propósito de adelgazar. Tenía las medidas perfectas, y mis pechos también ayudaban. Dejé de hacer bobadas frente al espejo, abrí la mampara y me metí a la ducha a la vez que maniobraba los reguladores para hacer el agua salir. Caía caliente y con fuerza sobre mis hombros, mojándome el pelo y empapando todo mi cuerpo. En pocos segundos no había ya parte de mi que no estuviera inundada por el agua. Cogí la esponja y el jabón, y comencé a frotarme; primero las piernas, lentamente y con fuerza. Aquello me recordó a cuando él las tocaba y se aferraba a ellas como si fuera a desaparecer. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y sentí un cosquilleo. Seguí frotando mi cadera, mis brazos y mi cuello con la intención de seguir recordándole. A él y a nuestros momentos. Era tal el placer... Hubo un instante en el que no pude retener mi mano derecha más, y se dirigió a mi entrepierna, donde comencé a juguetear con mi clítoris. Todo aquello que él me hacía sentir volvió en una oleada de microespasmos, que me hacian frotar con más fuerza. Pero de repente, justo antes de llegar al placer máximo, paré. No podía volver a caer en esa espiral. Ya no. Había acabado. Así que terminé de enjabonarme el cuerpo, me lavé el pelo, y salí aprisa de la ducha, llenándolo todo de agua. Me peiné y vestí más rápido de lo que nunca lo había hecho. No quería darme ni un segundo para pensar en lo que acababa de suceder. Así que cogí los cascos, el móvil y la mochila y salí por la puerta de casa en dirección al instituto con la música resonando en cabeza, evadiéndome. Impidiendo que ningún pensamiento pudiera cruzarse.
Abrí la puerta sin ganas. Llegaba pronto. Todavía quedaban quince minutos para que pitara la campana que anunciaba el principio de curso. Me dirigí a la que sería mi clase durante los próximos nueve meses. Justo al cruzar la esquina alguien con bastante prisa me embistió. Un millón de papeles volaron por los aires mientras yo me caía al suelo. Seguía con los cascos puestos, asi que me los quité a toda prisa y comencé a disculparme y a recoger papeles del suelo sin ni siquiera saber quien era la otra persona. Vi unas manos revolviendo las hojas del suelo y recogiéndolas al igual que yo. Sus disculpas no tardaron mucho en precipitarse por su boca. Su voz me hizo desvariar y perder el equilibrio durante unos segundos. De repente, un olor embriagador me atosigó. La curiosidad me inundó y no pude resistirme más. Le miré. Él me estaba mirando también. Era jóven, quizás tres o cuatro años más que yo. Y muy atractivo. Me sonrió. Mi corazón no me aguantaría mucho más dentro del pecho. Empecé a notarme húmeda. Mi mente comenzó a quitarle ropa imaginariamente. Una fina capa de sudor empapó mi nuca. Un fuerte olor a sexo se colaba por las aletas de mi nariz. Pero su voz paralizó todo estas reacciones que estaban surgiendo dentro de mi.
- Disculpa. Estaba absorto en mis pensamientos. Ya sabes, el primer día de madrugón después de tres meses de vagancia. - rió levemente.- Me gustaría pedirte disculpas de una manera algo formal. ¿Has desayunado? - volvió a sonreir.
- La verdad es que no he tenido tiempo...
- Vamos, conozco un bar aquí cerca.
No sabía quien era aquel chico con aquella espectacular sonrisa, pero mi instinto de depredadora me decía que le acompañase.

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