domingo, 17 de febrero de 2013

Reservado nº3.

No lo dudó un segundo y se abalanzó sobre mí. Me encontraba entre el y el sofá. Su boca buscó fieramente la mía, y la llenó con su lengua. No había espacio entre nosotros. Sus manos se movían por mi cuerpo, como buscando algo inexistente, ansiando más. Cuando separó su boca de la mía, sus manos desataron bruscamente mi corsé, dejando al descubierto mis pechos, ya que no llevaba sujetador. Su mirada se encendió de un fuego intenso, y sin pensárselo dos veces, agarró mis pechos con sus manos y los modeló como quiso. Un escalofrío intenso recorrió todo mi cuerpo, e hizo que mi espalda se encorvara. Sus manos bajaron hasta mi entrepierna. Rompió las medias y se peleó con la ropa de cuero que vestía. Cuando se zafo de ella, no dudo en acercar su cara, sacar su lengua, y chuparlo. Otro escalofrío aún más violento se desencadenó desde lo más interno de mi ser.
-Dios Laura...
-Ah - gemí cuando su lengua rozó suavemente mi clítoris, y sus dedos acariciaron las puertas de mi vagina. - La quiero dentro ya. Métemela.
-Él, sin hacerse de rogar se quitó los pantalones y todo lo que tenía puesto. No estaba lo suficientemente lúcida como para contar todas sus prendas. Dios, no lo recordaba tan grande...
-He dicho ya - le exigí.
Él no dudo y se abrió paso dentro de mi, como aquella vez en los baños de la cafetería...
-Ahh - grité.
- Dios Laura.
Se movía rápido dentro de mi, cada vez más rápido. Y más.
Una sensación extraña empezó a recorrer todo mi cuerpo, inundándome. Haciéndome gemir, y removerme debajo de su cuerpo infinito. Mi respiración era entrecortada, y mi corazón echaba carreras con nadie, para ser el más rápido. Si, estaba ahí, al borde del orgasmo. Una estampida más y... Dios, dios, dios. Gemí todo lo que mi cuerpo ordenaba, no podía reprimirme.
-Laura, dios, aah.
Se vació dentro de mi, y una sensación embriagadora me envolvió. Éramos uno. Explotamos juntos.
Y cuando todo acabó, se tumbó a mi lado, derrotado.

El club.

Era la una y media, y ya me dolían las piernas de bailar en la barra. Parecía imposible que un club de striptease pudiera estar abierto a estas horas. Pero babosos hay siempre. Bajé un momento a refrescarme. Me senté en un taburete de la barra.
-Marichu, ¿me pones un vaso de agua y un ibuprofeno?
-Por supuesto que si, Laura.
Y esbozó una sonrisa. Marichu era una compañera mía, que tenía dos hijos a los que mantener, y un marido cabrón que la había abandonado hace tres años. Gracias a Austin no vivía debajo de un puente, al igual que yo.
Algo me sobresaltó, alguien me había tapado los ojos. Mi mecanismo de defensa se activó, y mi pie derecho  (con zapato de tacón incluido) aterrizó en los huevos del cabrón que me había tocado.
-¡Joder Laura! - Rugió Javier.
Me giré lo más rápido que pude, y lo primero que vi fue a Javier, tirado en el suelo agarrándose la entrepierna.
- Dios, Javier. Lo siento - me arrodillé junto a él y le puse mis manos sobre sus manos. - ¿Cómo me has encontrado? Esto no es una discoteca...
Javier no hacía más que chillar. En el fondo, lo comprendía. Austin no tardó en llegar.
-¿Qué coño ha pasado aquí? - dijo con su voz raspada y enfadada. - ¿Ha intentado hacerte algo, Lau?
-Oh no, no. Ha sido un malentendido. Le conozco.
-Coño, está montando un espectáculo. Marichu, deja el bar, sube a la barra. Laura, por favor. Vete con este hombre al reservado número tres. Toma la llave. Tómate todo el tiempo que necesites. Ya has hecho bastante por esta mañana.
Así que cogí la llave, y me llevé como pude a Javier hasta el reservado. Cerré la puerta con llave, para asegurarnos intimidad, y después prepare hielo, lo metí en una bolsa y se lo puse en el lugar en el que había recibido la patada. Dios, solamente el tener las manos ahí me excitaba... Pero no, no podía pensar en eso ahora. Cuando Javier recobró el color, no dude en preguntarle.
-¿Cómo me has encontrado?
-Me mentiste. Me dijiste que trabajabas en una discoteca, pero no hay ninguna discoteca que abra por las mañanas. Y como me dijiste que eras gogó, y no tienes coche, busqué un club cerca de tu casa. Y cómo no sabía donde vivías, llamé a Ana y me lo dijo.
-¿A Ana? ¿Por qué coño la llamas? ¿Y por qué has venido? Siempre tienes que estar en medio de todo. Encima de que ayer... - Un calor extremo encendió mis mejillas. No tenía que haber empezado esa frase. Mierda
-Ah, bueno. Respecto a lo de ayer... Yo... No quería que acabase así. - Joder, se estaba mordiendo el labio. No hagas eso Javi, no lo hagas por el bien de tu miembro viril...- Laura, sé que lo nuestro no puede ser, pero joder, no puedo sacarte de mi cabeza. Ayer simplemente quise evitarlo, pero al irte de mi casa... no sé. Me sentí vacío. No quiero aprovecharme de ti. Simplemente es eso.
Poco a poco, retire la bolsita de hielo y la posé sobre la mesa. Había empapado el pantalón y no pude evitar mirarlo. Y al poco, no pude quitar los ojos. Observaba como ese gran bulto de sus pantalones se iba haciendo aún más grande... y más...
-Oh, Laura lo siento...
Le miré con el fuego en los ojos. Le deseaba, ahí y ahora. En los sillones del reservado número tres.
-Me deseas.
-Bueno, pero eso no significa que tengas que sentirte presionada Laura...
-Fóllame - dije en un suspiro.
-¿C...cómo?
-Que me folles, aquí, ahora. Ya.

Descanso matinal.

La luz entraba por la ventana, la noche anterior olvidé correr la persiana. No sabía que hora era, seguramente las ocho. Acababa de amanecer. Debería estar en el instituto en media hora, pero sinceramente, la cabeza me daba vueltas, y no quería precisamente sentarme seis horas sentada en la misma mesa, rodeada de gente que me miraría raro por lo ocurrido el anterior día. Y sobretodo, no quería ver a Javier después de lo que había ocurrido ayer. Es que joder, ¿por qué me mandaba señales tan confusas? ¿Debería llamarle por haberme ido así? No sé, pero era demasiado pronto para hacer nada. Me limité a levantarme de la cama y dirigirme a la cocina. Todo seguía igual, igual de desordenado que siempre. Era un milagro que supiera donde estaban todas las cosas, pero así era. Me preparé un café calentito, y lo rematé con una pastilla para el dolor de cabeza. La botella de tequila seguía en la mesilla de noche. Apenas quedaba el culín.
*RING RING*
Mierda, ahora sonaba el teléfono. Seguramente serían los del instituto... O quizás era Javier. Di un salto hasta la mesa situada debajo del tragaluz y cogí el móvil. Era mi jefe.
 -¿Diga? - Intenté que mi voz sonara lo menos ronca posible.
-Hola Laura, soy Austin. Quería pedirte un favor, ¿podrías hacer hoy jornada completa? Amalia se ha roto una pierna y estará de baja. Quizás mañana ya haya conseguido a alguien, pero hoy no he podido hacer nada. Te contaré un plus en el sueldo.
Ajá, trabajo. Quizás eso me hiciera desconectar un poco de todo el caos que era mi mundo.
-¿Laura? ¿Sigues ahí?
-Oh, Austin. Por supuesto, ningún problema. A las once estaré allí. Adiós.
-Mil gracias Laura, hasta luego.

Trabajo, perfecto. Me dirigí corriendo a la ducha. Me encantaba notar el agua fresca limpiando mi cuerpo, cayendo sobre mi. Me enjaboné rápidamente. Miré la hora: Las nueve y media. Mierda, pensé que era más pronto. Miré el móvil: tenía una llamada perdida de Javier. De anoche. ¿Se habrá preocupado por mi? Que mono, jo. Me dí prisa en vestirme, y arreglarme.
Cuando terminé, eran las diez y media. Justo la hora del día que Javier tenía libre. Aproveché y le llamé.
*PIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII*
-¿Laura? ¿Estás bien? ¿Por qué hoy no has venido a clase? ¿Dónde estás? Voy a buscarte, necesito hablar.
DSGHNSKDGHS Estaba preocupado por mi ñkdlfghjkdfhgjdkhgjsdhgjsdghijdfhgijsdfhg
Dios, nunca había estado tan emocionada. Bueno, cuando Daniel me invitó a cenar aquella noche... No, Daniel otra vez no.
-Hola Javi. Si, estoy bien. Perdona por irme anoche así, pero...
-No Laura, perdóname a mi. Fue mi culpa, no quería que te sintieras así, en realidad yo... Yo...
-Da igual. Ya está pasado. No he ido a clase porque tengo que trabajar todo el día. Ya sabes, un imprevisto.
-¿Todo el día? Yo no doy clase a última, ¿tienes alguna hora de almuerzo? ¿Algún rato libre?
Me moría por decirle que si, pero no quería que me viera con mi "uniforme" de trabajo.
-Mmmm, no. Serán diez minutos y los dedicaré a hacer gestiones. Ya nos veremos, tengo que irme. Adiós.
-...Adiós Laura. Cuidate.
Y la tecla roja se iluminó. Los ojos, inexplicablemente, se me  llenaron se agua. No, no podía llorar. Básicamente porque no tenía motivos. Así que cogí el abrigo y el bolso, y salí de casa en dirección al trabajo.

Adiós.

Un millón de emociones y de sentimientos nublaban mi mente. Iban de un lado a otro. Irme a vivir con él... Con mi profesor de filosofía, con el cual había mantenido relaciones sexuales el primer día de instituto... No, sólo quería ayudarme, como profesor. Es imposible que le gustara como algo más que un simple polvo. ¿O si? Estaba demasiado aturdida como para pensar claro. Y para colmo, sus ojos verdes me miraban, ansiosos, desesosos, reprimidos. Así que dejando a un lado todos los problemas que tenía en mente, me lancé hacia él. A sus labios. A sus fuertes brazos. A follarle. Porque no había nada que deseara más en ese momento. Javier, sorprendido me apartó de él. Lo cual me sorprendió más a mi.
-No debes darme nada a cambio. Sólo quiero ayudarte.
-¿No me deseas? - No pensaba lo que decía, solo me sentía humillada.
- Soy tú profesor Laura... Yo...
No había más que decir. Me sentía ridicula, siendo contemplada por sus ojos. Me zafé de sus poderosas manos, que me asiaban los brazos con fuerza, cogí mi mochila y salí por la puerta de ese alucinante piso, haciendo caso omiso de sus palabras, que tan sólo eran la música de fondo de una escena.



Las puertas se abrieron a mi paso. El supermercado estaba llenísimo, pero por fin tenía lo que quería: una botella de tequila. Ya era tarde, y quería irme a casa. Si a ese ático andrajoso se le puede llamar casa. Menuda estupidez la de besar a Javier. Ahora ya no volveríamos a tener relación alguna fuera del instituto, y quizás hasta me cogiera manía... Por alguna extraña razón, no podía dejar de pensar en él, ni en sus fuertes brazos, en sus penetrantes ojos verdes, sus músculosas piernas, sus abdominales, su... "Laura, para", me dije. Y acto seguido abrí la botella y dí un largo trago. El líquido pasaba a través de mi garganta, quemándola. Me dirigí lentamente a casa, con la botella en la mano, y la mochila a la espalda. Lo único que deseaba es que se acabase ese horrible día. Dormirme en mi pequeño y mugroso hogar. El ático no estaba muy lejos del supermercado, y en cinco minutos ya había llegado. Mientras sacaba las llaves, la cabeza cada vez me pesaba más. Con mucha concentración y esfuerzo conseguí abrir la puerta del portal y darle al botón del ascensor. Mientras esperaba a que bajase al bajo, fui a mirarme al espejo. Tenía muy mala cara. Llevaba  la misma ropa de esta mañana, pero más arrugada y sucia. Tenía restos de tiza en los pantalones. Ah, claro, por haber estado en el suelo de la clase. Eso me hizo acordarme de Daniel... ¿Dónde estaría ahora? Me daba igual, sólo quería dormir... El ascensor había llegado. La puerta se abrió, y me dirigí al último piso del edificio. Mis movimientos eran mecánicos, no los pensaba. Cuando quise darme cuenta, ya estaba en la cama y dormida.