domingo, 17 de febrero de 2013

Adiós.

Un millón de emociones y de sentimientos nublaban mi mente. Iban de un lado a otro. Irme a vivir con él... Con mi profesor de filosofía, con el cual había mantenido relaciones sexuales el primer día de instituto... No, sólo quería ayudarme, como profesor. Es imposible que le gustara como algo más que un simple polvo. ¿O si? Estaba demasiado aturdida como para pensar claro. Y para colmo, sus ojos verdes me miraban, ansiosos, desesosos, reprimidos. Así que dejando a un lado todos los problemas que tenía en mente, me lancé hacia él. A sus labios. A sus fuertes brazos. A follarle. Porque no había nada que deseara más en ese momento. Javier, sorprendido me apartó de él. Lo cual me sorprendió más a mi.
-No debes darme nada a cambio. Sólo quiero ayudarte.
-¿No me deseas? - No pensaba lo que decía, solo me sentía humillada.
- Soy tú profesor Laura... Yo...
No había más que decir. Me sentía ridicula, siendo contemplada por sus ojos. Me zafé de sus poderosas manos, que me asiaban los brazos con fuerza, cogí mi mochila y salí por la puerta de ese alucinante piso, haciendo caso omiso de sus palabras, que tan sólo eran la música de fondo de una escena.



Las puertas se abrieron a mi paso. El supermercado estaba llenísimo, pero por fin tenía lo que quería: una botella de tequila. Ya era tarde, y quería irme a casa. Si a ese ático andrajoso se le puede llamar casa. Menuda estupidez la de besar a Javier. Ahora ya no volveríamos a tener relación alguna fuera del instituto, y quizás hasta me cogiera manía... Por alguna extraña razón, no podía dejar de pensar en él, ni en sus fuertes brazos, en sus penetrantes ojos verdes, sus músculosas piernas, sus abdominales, su... "Laura, para", me dije. Y acto seguido abrí la botella y dí un largo trago. El líquido pasaba a través de mi garganta, quemándola. Me dirigí lentamente a casa, con la botella en la mano, y la mochila a la espalda. Lo único que deseaba es que se acabase ese horrible día. Dormirme en mi pequeño y mugroso hogar. El ático no estaba muy lejos del supermercado, y en cinco minutos ya había llegado. Mientras sacaba las llaves, la cabeza cada vez me pesaba más. Con mucha concentración y esfuerzo conseguí abrir la puerta del portal y darle al botón del ascensor. Mientras esperaba a que bajase al bajo, fui a mirarme al espejo. Tenía muy mala cara. Llevaba  la misma ropa de esta mañana, pero más arrugada y sucia. Tenía restos de tiza en los pantalones. Ah, claro, por haber estado en el suelo de la clase. Eso me hizo acordarme de Daniel... ¿Dónde estaría ahora? Me daba igual, sólo quería dormir... El ascensor había llegado. La puerta se abrió, y me dirigí al último piso del edificio. Mis movimientos eran mecánicos, no los pensaba. Cuando quise darme cuenta, ya estaba en la cama y dormida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario