lunes, 20 de octubre de 2014

Inevitable – Primera parte.

Y antes de que quisiera darme cuenta, la puerta de su casa se abría bruscamente para chocar contra la pared. Pero no pareció importarle demasiado que se pudiera haber hecho un boquete a la altura de la manilla. Quizás estuviera demasiado ocupado desabrochandome los botones de la blusa. Cerré la puerta con un pie, como el primer día en los baños de aquel bar. Nuestras miradas ardientes se encontraron. No podía parar de besarle, a la vez que le quitaba el pantalón. Se zafó de el y me arrancó la camisa de golpe, seguido del sujetador. Yo me deshice de su camiseta verde, a juego con nuestros ojos, y antes de que me percatase, mi espalda colisiono con la pared. Emití un leve gemido, pero no de dolor. Hacia tanto que soñaba con esto... Se separo de mi, y me quito la falda lentamente, hasta que calló al suelo con un sonido sordo. Posó sus manos en mis hombros y cuando menos lo esperaba, hizo una dulce fuerza que me obligó a arrollidarme frente a su ereccion. Se quito los calzoncillos y me agarró el pelo con una mano, dándome facilidades. Sin pensármelo dos veces, y con la entrepierna mas mojada que un mar, me metí su miembro en la boca y comencé a chupar. Primero suave, la puntita, hasta acostumbrarsme a él. Su fuerza desmesurada me apretaba contra la base de su pene, haciendo que su capullo rozase mi campanilla. Un gruñido salió desde el fondo de su garganta. Y de la misma manera en que me había agachado, me levantó hasta que quede flotando en el aire, con mis piernas formando un collar al rededor de su cadera. Y la pared fría se amoldó con mi parte trasera. Y unos besos que quemaban como el fuego abrasaban mi cuello. Y entró en mi. Su enorme pene desgarro las paredes de mi interior, haciéndome soltar un gemido de cualidades grandiosas. Por fin, después de tantas mañanas recordándolo, lo tenía aquí. Entero para mi. Comenzó a moverse rápidamente en mi interior mientras sus manos agarraban mi culo grotescamente. Una sensación explosiva germinaba dentro de mi. Pero justo en el momento del climax, paró. Sus ojos se encendieron aún más si cabe, y esa sonrisa traviesa apareció en su boca.

– Aún no. - susurro en mi odio tras morderme el lóbulo.

Mi rabia era tal que no dije nada. Simplemente me limite a dibujar con mis uñas pentagramas en su espalda buscando desesperadamente movimientos en mi interior. Pero no hacia nada, tan solo sonreía. Parecía que le gustaba verme sufrir de aquella manera. Entonces me agarro con más fuerza, y nos dirigió hasta el sofá que reinaba en la pequeña estancia. Me tumbó, con la cabeza apoyada en el reposabrazos y dándole la espalda. Como me conocía... Un azote retumbó en mi cuerpo, y su mano derecha busco con fuerza y pelo, y tirando de él hizo que me encorvara como esas pajitas tan molonas de los parques de atracciones. Posteriormente, me penetró con una bestialidad jamás imaginada y comenzó a follarme duramente. Los azotes se continuaron cada vez más próximos en el tiempo y mis gemidos aumentaron cada vez más su volumen, como si tuvieran vida propia. Los gruñidos salían de su garganta mas fieros, y cuando le miraba con mi cara de excitación un brillo recorría su mirada y me penetraba con mas fuerza. Y justo cuando un orgasmo comenzaba a gestarse en mi interior, paro de golpe.

Viernes a última.

Sexta hora del viernes. La rutina de ir a clase era lo único que me mantenía viva. Aunque irónicamente verle me mataba cada vez un poquito más. Hacia dos semanas que volví a estar sola. Daniel desapareció, sin dejar rastro, como tantas otras veces. Ni un adiós, eso era lo peor. Pero como nos conociamos perfectamente me imaginé que hubiera tenido que largarse de aquí por drogas. Y sabes, o cazas o te cazan. Y Daniel era muy bueno en esa guerra. Quizás porque su padre le corría a hostias cuando era joven, o porque su madre tuvo que meterse puta cuando se divorció para darle de comer. Una vida algo dura, si. Y el se volvió duro a su vez. Arrastrándome a mi después en esa caída sin fondo. Sabia que no estábamos hechos el uno para el otro, pero los daños unen más que los años. Aún asi no podía evitar que un Javier se paseara por mi cabeza constantemente. Él era el hombre que me convenía. Si no fuera mi profesor de filosofía, claramente.

La 1.30 pm.
El timbre sonó fuertemente y retumbó en mis oídos, agitando mi interior. Espectante, mi mirada se clavó en aquella puerta de madera roja pasión. Un color tan intenso como el de aquel reservado del club. Solo al recordarlo, mi entrapierna se humedecio y tuve que apretar las piernas para evitar que mi mano se dirigiese a ese jardín prohibido que florecía entre mis muslos, como si fuera primavera.

– Buenos días chicos. - Y la ronca voz de ese hombre que no salia de mi mente interrumpio mis libidos pensamientos.

Por alguna razón incomprensible noté coló el rubor se asomaba a mis mejillas, dejando me inmune frente a sus profundos ojos verdes, clavados en mi rostro.

– Laura, ¿te encuentras bien? - De repente me acordé de que debía respirar.

– Eh, yo... Si. Solo me he mareado un poco.

– Vamos, te acompaño a la sala de profesores a por un vaso de agua.

Y su paso fue tan decidido hacia mi que de ninguna manera podía negarme a aceptar su ayuda.

martes, 14 de octubre de 2014

Inflexión.

Me desperté una noche más empapada en el sudor que retenían mis sábanas y me abrumaba con un calor intenso. Aún quedaban diez minutos para que sonara el despertador, pero lo que debería ser un lugar de descanso se había convertido en el peor de los infiernos, así que huí de aquel mar de nubes condensadas. Entre a la ducha y mientras el agua caía por mi cuerpo desnudo y ereccionaba mis sensibles pezones, me acordé de él. De aquel hombre al que evitaba todos los días y que muy a mi pesar, no podía sacarme de la cabeza. Y realmente deseaba no sacarle de mi, pero no de esa forma. Y constante, mi cuerpo, se zarandea a contra mis manos bajo aquella cascada de agua caliente que sin llegar a ebullir me hacia arder. Y una vez más acudi a mis recuerdos para afianzarme con mi cuerpo, con el suyo imaginario, con su lengua viperina que en un espectro solo visible para mi mente recorría ese monte de venus que tan alejado tenia de si ahora mismo. Y su mano agarraba fuertemente mi nalga derecha. Tal era mi deseo que casi podía sentirle conmigo, a mi lado, siendo casi una extensión de mi cuerpo. Y me rendí a lo que lo cabeza me otorgaba de él. Otra mañana mas recreando con mis inexpertas manos lo que el producía en mi. Y mientras me mojaba dos veces, mi mano recorría mis pirineos y se abría paso hacia un lugar demasiado abandonado por sus ojos verdes, por su sonrisa traviera y sus labios carnosos. Y poco a poco sentí como sus brazos se fundian con mi cuerpo, y la sensación de climax se abría poco a poco desde lo más profundo de mi ser. Hasta explotar. Explotar junto a aquel hombre que en aquel reservado, aquel día hizo que algo se despertara en mi. Y mientras me evadía del mundo, mi alma volaba en busca de unas nubes demasiado altas. Pero las tocaba en el más absoluto de los placeres mientras mis dedos daban sus últimos y ágiles espasmos en mi clitoris.
Y después, el agua volvió a caer.

lunes, 13 de octubre de 2014

Pensamientos.

La presión era infinita. Debería de ascender, como una masa de aire caliente, pero no era así. Precipitaba al ras del suelo, mojandome y a su vez, manchandome de tierra. No podía seguir evitando la situación violenta que era ver a Javier, básicamente porque le tenia todos los días al otro lado de las mesas, como figura céntrica de la clase, como profesor. Y como si no fuera poco, cuando hablaba de esos royos que los filósofos discurrieron un día hace ya tantos años, parecía que solo me lo contaba a mi, como una charla informal entre dos desconocidos que se conocen demasiado. Llevaba así dos semanas. Evitando el cruce de miradas con ese odonis griego que me había follado de aquella manera en el reservado del club. Ese fascinante hombre que me empotró contra la pared del baño del bar que hacia esquina, frente al instituto, y que tan rápido se había acostumbrado a mi cuerpo. Dos semanas evitando mirarle de la única manera que sabia, con deseo, con lujuria. Sin paciencia por poseerle otra vez, porque me poseyera. Pero luego estaba Daniel, ese chico malo de las pelis que cuanto peor te trata, mas a sus pies te tiene. Ese rubio con pelo caído y ojos claros, que te penetran. Y si solo fueran los ojos los que lo hicieran...
Como dos polos totalmente diferentes. Como la noche y el día. El verano y el invierno. La literatura y las matemáticas. Las camas y los sofás. El amor y el sexo. Pero había llegado un punto, en el que no estaba clara la delimitación entre quien era amor y quien sexo. Y ahí erradicaba mi principal problema. Cuando las manos de Daniel recorrían mi cuerpo con el ansia del hambriento al ver comida, solo podía pensar en que no era Javier. No era ese hombre que sin apenas conocerme lo había dado todo por ayudarme, jugándose su pellejo de pollo asustado. No. El que me tocaba era ese otro que me había vendido tantas veces, que me había hecho conocer tanto el amor mas profundo e idiota, como el odio mas fuerte y penetrante. Era ese que nunca me había valorado. Que me había hundido. Y justo cuando empezaba a salir de la más maloliente mierda, vuelve a aparecer. Y yo estaba ahí, cual cachorro mojado, deliberando la razón por la cual vendría esta vez: para quererme o para hacerme odiarme.